Todo comenzó con mi discernimiento vocacional, hace algo más de nueve años. Pensaba que el problema de la indiferencia social era responsabilidad de todo aquel que veía pasar frente a mí, o de los gobernantes, o de los mayores. Era muy bueno juzgando las actuaciones de otros sin ni siquiera considerar que yo también hacía parte de esos otros a los que hacía responsables de las muchas desigualdades que vemos a diario.
Curiosamente, en ese camino de discernir, he conocido a muchas personas y dentro de ellas, conocí a alguien que, sin proponérselo, transformó el modo en el que veía las cosas. Su nombre es Luis. Un joven que a sus 17 años de vida tuvo que ver y sentir como su vida se limitaba a una silla de ruedas. Un instante en el tiempo, un lugar equivocado en el que tuvo que estar para sufrir el accidente que limitaría sus sueños. Fué él justamente, su vida, su sonrisa, la que abrió mi mente, la que me trajo a la realidad y la que me permitió ver algo que por ceguera no había podido ver con claridad.
Pero no habría podido llegar a él si no hubiera sido por Cheo. Un hombre con el corazón henchido de pasión y amor por los demás. Un hermano y un amigo. Fué quien me acompañó, quien me enseñó y con el que comenzamos a construir un sueño, una obra, un sentido de ayuda por los demás. La Fundación Piccolino, sus escuelas, a las que podría llamar también escuelas de la vida, comprendí que para que los corazones y las actitudes cambien debo comenzar por mí. Trabajar día a día por una coherencia de pensamiento y obras, cosa que evidentemente es difícil.
Acompañé a Joselín durante varios años, iba los domingos a las escuelas de adultos al sur de Bogotá, compartía experiencias con los alumnos y aprendíamos juntos. Conocía historias, mujeres, hombres, mayores y jóvenes, experiencias de vida, historias de lucha, sufrimiento y alegrías. Caminar con ellos era comprender el verdadero sentido del cambio.
Dicen que nosotros los colombianos tenemos uno de los índices más altos de resiliencia y por supuesto creo que no se han equivocado.
Cuando hablamos de los demás, cuando hablamos que las cosas deben cambiar, cuando vemos que los demás no hacen lo correcto según nuestro marco ético de comportamiento, entonces, consideramos, que para que las cosas mejoren es nuestro entorno quienes deben cambiar, son todos aquellos a quienes vemos, criticamos y hasta juzgamos. Es por ello que pienso que el verdadero cambio nace en la primera persona, en mí, en ti, en el que lee mi reflexión.
Puedo decir que soy consciente de la necesidad de reflexionar acerca de la realidad mundial, local y sobre todo personal. Ver pasar la vida mientras estoy ocupado en otras cosas es lo que menos quiero y para ello, debo afirmar mis pies en la tierra, ver la realidad con ojos nuevos cada día, reflexionar sobre ella y actuar. Caminar sin perderme el camino.
Todo comenzó con mi discernimiento y es algo que espero no finalice, porque a partir de allí es que puedo comprender el sentido de la vida misma.